Fernando Rivas
El congelado acierto de las cifras me persigue en sueños, fantasías y en la enfermedad sombría.
La que crece como pastizal en las praderas de lunas pasadas, lunas que caen ante tu crispado frío,
inflamando de presagios los días aciagos, bocabajo, no enterrado, despierto, desespero, y la enfermedad avanza como río por los recuerdos que nos hacen falta.
Escucho el deseo con los brazos bien abiertos, los ojos cansados de la enfermedad también imaginada. El espacio entero de las personas que nos faltan, eso es este hueco en mis pulmones,
eso es la maldita respiración entrecortada que hiela mis anhelos. Encontré la ausencia, la febril tristeza, el velo oscuro de la noche eterna en el río humo de la noche enferma.
El temblor de mi pecho es apenas una palabra, otra vez una sonrisa, una alegría abreviada como respiración lenta, como un ave que amanece muerta. ¿Qué esconde en su pecho mi animal postrero? ¿Quiénes somos temiendo y culpándonos unos a otros en desenfreno? Nosotros mismos, minúsculos menos.
No fluye, no cede, no encuentra perdón en mi pecho. Y me derrumba, como todas las cosas que no hacemos, me derrumba.
El pájaro está en mis manos, ya no es de mí más que su muerte y no despierto, no crezco. ¡Ayúdame palabra auxilio!
Mi cuerpo se vence, en mi pecho se ciernen los ecos de las voces dormidas. El pastizal cede al alivio de cenizas y viento.
Es el cansancio de todos los presagios anhelos compañías distantes en sus propios fuegos.
Es el temor de lo incompleto, sentencia de lo incierto, temor de morir mil veces bajo tu celo, ¡oh enfermedad! ¡Oh anhelo! ¡Oh ave, nacemos para morir dentro! Y caer despiertos en arroyos inquietos.
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