Arantxa Lopez Quevedo
Creo que el 8 de marzo ha cambiado tanto que el título: “Día Internacional de la Mujer" queda tan atrás como los clichés: que nos den flores o dediquen canciones románticas sobre ser mujer. Esto no siempre fue así, la conmemoración del día la debemos a la lucha y protesta de mujeres a finales del siglo XIX, un día con catarsis en sus venas, que ahora regresa con sus principios feministas.
El pasado 8M del 2020 vimos la manifestación hecha por y para mujeres más grande de México. Un movimiento con esta magnitud no se da de la noche a la mañana, aunque pareciera reproducirse y propagarse como una onda en el agua. Los últimos años han sido de marchas, huelgas, tomas, abundante iconoclasia y lucha constante. En 2008 Marisela Escobedo nos enseña que no hay fronteras tras el feminicidio de su hija Rubí en Ciudad Juárez, sin embargo es hasta 2012 cuando se incorpora el delito de feminicidio en el código penal art 325. En 2016 surgió el hashtag #miprimeracoso en las redes; con él se develó el acoso que vivimos las mujeres día con día. En el 2017 se hicieron manifestaciones grandes por el Día Internacional de la Mujer, y en 2018 surgió el hasthag #metoo, que tuvo un impacto en muchas figuras públicas. Por mencionar algunas de las más representativas acciones y manifestaciones que el feminismo ha interpretado.
En el 2019, en el centro de la ciudad de México, se instaló el antimonumento que visibiliza los feminicidios. El 9 de marzo de 2020 representamos una muerte hipotética, desapareciendo de las calles y de las redes. Podría dedicar muchas páginas a lo ocurrido de 2019 al 2020, ya que hubo muchas acciones por parte de mujeres y todas ellas dieron lugar a la manifestación colosal que tuvo lugar antes de quedar en encierro por la pandemia.
La marcha del 8M fue algo tan disruptivo que no encuentro una definición clara, por lo que me atreveré a decir que es un día característico por su belleza de la fealdad. Recuerdo este día como una hermosa danza macabra en la que nos vimos juntas por las calles gritando y bailando, celebrando la vida y denunciando la muerte. Encuentro belleza también en que acojamos la fealdad, que nos guste, que la queramos, que nos autodenominemos brujas, que aceptemos que estos estereotipos nos quedan cortos, que pintemos las calles, quememos y rompamos, seamos malas pero podamos ser peores. Sí, tal vez la fealdad esté presente, hay una belleza de trasfondo que invade al movimiento; la misma acción colectiva que nos cambia principalmente como individuas, que se reconstruyen y perdonan, toman conciencia de las fallas que han tenido y su razón, ejemplo de esto podría ser el amor propio, el amor y la sororidad hacia las demás; incluso el machismo que ejercimos en algún momento, lo entendimos y trabajamos en destruirlo, una serie de acciones que hacen que una vez feministas no queramos abandonar la lucha.
En este año con pandemia es difícil hablar de un evento similar al pasado; sin embargo, también ha sido un año de ruptura en el que muchas nos hemos acercado más. La pandemia trajo consigo situaciones difíciles para nosotras: supimos que aumentó la violencia tras el confinamiento, también el trabajo de madres solteras, se detuvo la protesta constante por desapariciones, violaciones y feminicidios pero seguimos luchando; muestra de ello es la resistencia de la Okupa Cuba y el apoyo que se le ha dado. Tomamos las calles para venta y trueque a pesar de las represiones en el metro, pequeñas acciones que nos han unido como comunidad. Después de todo, el patriarcado es un virus que lleva siglos de existencia y que ha hecho que todos los feminismos nos unamos, crezcamos y evolucionemos; todo esto se ve reflejado el 8M. Tenemos diferentes procesos y condiciones y es esto lo que nos permite ver la variedad del movimiento, la unión y la sororidad que nos hacen fuertes.
Ilustración de Sofía Abreu Olvera
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