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El patriarcado como denominador común

Erika Luna y Sofía Giordano



¿Qué tienen en común el cambio climático y la violencia de género? Ambas son consecuencias del sistema patriarcal. En un mundo diseñado por hombres, para hombres, no es sorpresa que los problemas que ha desatado el cambio climático afecten principalmente –y de manera desproporcionada– a las mujeres.


Lo primero que debemos dejar claro es que cuando decimos que las mujeres son más afectadas por el cambio climático que los hombres, no nos estamos refiriendo a todas las mujeres. Es decir que no solo por ser mujer te verás más afectada por el cambio climático, sino que es por el conjunto de ciertas características (interseccionalidad) que ciertas personas se ven más afectadas. En el tema de cambio climático, ser mujer rural, indígena, y en situación de pobreza, son factores que incrementan la vulnerabilidad.


En segundo lugar, para entender cómo las mujeres son más susceptibles a los efectos del cambio climático, es importante definir el concepto de vulnerabilidad. En términos teóricos, la vulnerabilidad desde un aspecto ambiental es definida como “el estado de susceptibilidad al daño por la exposición a estrés asociado con cambios ambientales y sociales y por la ausencia de la capacidad de adaptación” (Adger, 2006). Esta definición de vulnerabilidad, aunque es útil para identificar a las poblaciones, comunidades e individuos más vulnerables, nos deja con la sensación de que las personas vulnerables son aquellas personas, esperando a ser salvadas. Sin embargo, es interesante cómo el concepto de vulnerabilidad no es único de las ciencias naturales, sino que es un concepto utilizado en muchas otras disciplinas. En psicología, por ejemplo, Brown (2012) define la vulnerabilidad como “incertidumbre, riesgo y exposición emocional; pero la vulnerabilidad no significa debilidad”. Combinando ambas definiciones la vulnerabilidad de las mujeres se puede ver como: un mayor riesgo al cambio climático debido a una menor capacidad de adaptación, pero esto no significa que, por ser más vulnerables, las mujeres sean débiles.


En zonas rurales, por ejemplo, las mujeres y niñas, son las encargadas de recolectar el agua. Esto ya es de por sí una actividad pesada, pues en estas zonas los servicios de abastecimiento de agua no son suficientes y las mujeres tienen que caminar varios metros (a veces kilómetros) para recolectar el agua y cargarla de regreso a la casa. Si se agregan sequías a la ecuación, estas distancias pueden incrementarse exponencialmente. El agua es algo que simplemente no puede faltar, no sólo en términos de sanidad sino que también es esencial para preparar alimentos y para el cuidado de los animales.


Las situaciones descritas no son hipotéticas, son situaciones que ya suceden actualmente, y ese es un tercer punto que debemos considerar cuando hablamos de cambio climático, género y seguridad alimentaria. Por muchos años se habló de los efectos del cambio climático como cosas que pasarían en el futuro, pero los efectos ya los estamos viviendo, sobre todo las personas más vulnerables. En la tabla 1 se muestran ejemplos de cómo impactos del cambio climático pueden exacerbar la desigualdad de género.

El reconocimiento de estos impactos (a través de datos de género) debe de reflejarse en las agendas de desarrollo, de manera que se tomen en cuenta las necesidades actuales y futuras de las mujeres. No obstante, el sistema patriarcal no se interesa por colectar datos de género, y los que existen siguen siendo ignorados en la creación y mejora de políticas públicas que deberían de reconocer la diversidad de necesidades relacionadas con el género y su intersección con otras características demográficas. Un sector que refleja esta situación es el de la agricultura.



Tabla 1. Impactos del cambio climático en distintos sectores.

Fuente: Banco Mundial, FAO, 2017.


La agricultura (y sobre todo la de pequeña escala), es un sector que se ha identificado como altamente susceptible al cambio climático por el simple hecho de que las plantas necesitan estabilidad (cierta cantidad de agua y temperatura) para crecer (IPCC, 2019). Pequeños cambios en variables meteorológicas podrían tener grandes impactos negativos en los cultivos y en la disponibilidad de alimentos. Ante esta escasez, la seguridad alimentaria de mujeres y niñas se ve más comprometida, pues ellas tienden a recibir menores raciones de comida que los hombres y niños. La utilización de alimentos en cuanto a la aportación nutrimental es afectada por los incrementos de temperatura y de la concentración de dióxido de carbono (CO2). Los incrementos en la temperatura afectan el metabolismo de las plantas, lo que puede disminuir las concentraciones de proteínas y minerales. Y los incrementos de CO2, a pesar de que incrementan la productividad de los cultivos, también disminuyen sus contenidos nutrimentales (IPCC, 2019). Esto es importante ya que mujeres y niñas tienen distintas necesidades nutrimentales que hombres y niños, especialmente durante los periodos de embarazo y lactancia.


Una diversidad de soluciones se han propuesto desde la ciencia y desde el conocimiento tradicional para que los sistemas agrícolas sean más resilientes a estos aumentos de temperatura. Sin embargo, es importante generar soluciones y apoyos que se pueden implementar para que no sólo los sistemas agrícolas resistan, sino para que las personas que los manejan y dependen de ellos, también.


Cuando pensamos en los trabajadores del campo, pensamos en hombres; no obstante, en promedio en países en desarrollo, el 43% de la mano de obra agrícola es de las mujeres (Banco Mundial, FAO e IFAD, 2015). Aunque es sabido que las mujeres pueden ser igual de productivas que los hombres, la cantidad neta que terminan produciendo es menor por varias razones, además en el futuro las crecientes demandas de alimentos y elevaciones de temperatura alterarán sus demandas metabólicas e incrementaran sus estrés fisiológico (IPCC, 2019). La baja productividad se debe a que la mayoría de las mujeres lleva a cabo agricultura de pequeña escala, esto a causa principalmente de dos razones. La primera es el poco acceso que tienen a poseer tierras. En Latinoamérica, del total de poseedores de tierra agrícola, menos del 20% está en manos de mujeres (FAO, 2011), y aún con propiedades a su nombre, su género las excluye de la toma de decisiones. El acceso no solo se refiere al acceso a tierra, sino también al poder adquisitivo. Este se ve afectado ya que al disminuir la oferta agrícola, los precios de los alimentos tienden a subir, disminuyendo el poder adquisitivo de las personas así como conduciendo a los consumidores a tener dietas menos nutritivas. Esto afecta directamente a las mujeres, quienes tienen ya de por sí menor poder adquisitivo. La segunda razón está relacionada con las otras múltiples tareas que les son asignadas por su género (como velar por el bienestar de sus familias). Las mujeres del campo no sólo son agricultoras de las que cada uno de nosotros dependemos todos los días, sino que ellas además de proveer de alimento al mundo, también proveen de alimento y cuidado a sus familias.


Todo lo anterior refleja cómo las mujeres a pesar de ser víctimas de la violencia de género y de que les cuesta más trabajo (tanto físico como emocional) adaptarse a los impactos del cambio climático, nunca han dejado o dejarán de hacer sus actividades diarias, las cuales son esenciales no sólo para sustentar a sus familias, sino a la sociedad y la economía. Por lo que reconocer y valorar el trabajo remunerado y no remunerado que realizan las mujeres es esencial para combatir no sólo la crisis climática, sino para combatir la desigualdad de género y el derecho que todas y todos tenemos de vivir en un ambiente seguro y sano.



Referencias


Adger, W. N. (2006). Vulnerability. Global Environmental Change, 16(3), 268–281. https://doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2006.02.006


Brown, B. (2012). Daring Greatly: How the Courage to Be Vulnerable Transforms the Way We Live, Love, Parent, and Lead (1st edition). Gotham.


FAO. (2011). State of Food and Agriculture 2011. Women in Agriculture: Closing the gender gap for development. Rome.


IPCC. (2019). Special Report. Climate Change and Land. Chapter 5: Food Security. https://www.ipcc.ch/srccl/


Banco Mundial, FAO & IFAD. (2015). Gender in climate Smart Agricutlure. Module 18 of the Gender in Agriculture Sourcebook. World Bank, Washington DC.


Banco Mundial & FAO. (2017). Training Module. How to integrate gender issues in climate-smart agriculture projects.

 

Fotografía: Renzo D’souza en Unsplash



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