Sofía Abreu Olvera
Té verde con un chorrito de leche,
listo.
Doble almohada para mayor motivación,
lista.
Ventilador dirigido a la cara para la frescura,
listísimo.
Inspiración…
Hmm,¿en dónde la dejé?
¿Debajo de la cama?
No.
Pero hay un gato desparramado
en la esquina.
¿En mi mochila?
Vacía
desde que empezó la cuarentena.
¿Dentro de mis ansiedades?
Uy,
de aquí a que la encuentre.
¿Cuándo fue la última vez
que la vi?
Veamos.
Cuatro meses,
tal vez cinco,
¡o no!
¿nueve?
Híjoles.
Quería culpar a la pandemia,
pero ya vi
que puras mentiras.
Mi inspiración lleva desaparecida
por ahí de un año.
¡¿Y ahora?!
Pues
a apreciar
lo bien que embona
mi taza redonda
en mi mano pequeña.
Ésa que me compré
en lo que llaman
un Cider Mill, un “molino de sidra”.
Ese lugar que huele a su nombre
y a donitas con azúcar.
Sidra caliente y donitas con azúcar.
Estoy en Michigan.
Eso es
lo que me recuerda ahora
mi taza.
Se ve linda
toda roja en mi sillón azul mar.
Pero es de Michigan.
Estoy en Michigan.
Somos
mis gatitos y yo
acompañándonos en la pandemia.
No crean que me quejo.
No nada más disfruto
de mi taza en mano.
También de mi espacio
para dormir
en forma de estrella babeante,
y decidir si hoy
es día
de lectura silenciosa
porque esa Barad
requiere
toda la concentración,
o un día de cumbia
para agregarle
un no sé qué
a la estudiada de matemáticas.
Yo sólo digo
que un abrazo
no estaría mal.
Y si están agotados,
por eso del Covid,
uno cada seis meses nomás.
Un abrazo apretado,
de esos en que la ropa
se asoma por los dedos
como si se estuviera desbordando.
De esos que vienen
con la paz total
que una intenta,
pero no logra,
darse a sí misma.
Uno de esos
que, en una de esas,
viene
con inspiración incluida.
Imagen de la autora, 2020.
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