Maximiliano Moreno
Según la tradición islámica, el único milagro realizado por Muhammad fue la revelación del Corán. Este no es un "libro de escrituras," es más bien un "libro de recitaciones". Corán significa recitar en árabe. Desde sus inicios fue concebido para ser escuchado, no leído. Antes de que el Islam se convirtiera en una religión estatal, la única prueba de su origen divino ofrecida a los recién conversos era la belleza de su recitación. Era tal la belleza del lenguaje, tanto la eufonía de sus palabras como la elocuencia de su contenido, que parecía imposible que un humano fuera capaz de componer algo igual, y menos un comerciante analfabeta a sus 40 años. Se dice que sólo con escuchar por un momento el Corán, varios de los escuchas cambiarían sus vidas radicalmente y se unirían a la pequeña y perseguida comunidad creciente. Relatos así suenan exagerados a primera vista. ¿Cuándo fue la última vez que al tener una experiencia estética decidiste cambiar tu vida? Me refiero a sentir la belleza en todo su esplendor, no a escuchar predicadores que prometen maravillas en la próxima vida.
Tendemos a relacionar la religión con abstenciones. El dios Shiva en su representación de Nataraja, señor de la danza, baila al centro de un círculo energético, con su tambor Damaru en una mano, y el fuego de la destrucción en otra. Se dice que cuando el universo llegue a su fin, comenzará a bailar, y danzando destruirá este universo con todo y sus dioses, para que después de una noche del Brahman (equivalente a millones de años) el universo resurja una vez más del Sí-mismo. Descubrir una representación así de lo divino puede ser un shock en este lado del mundo. Nuestros dioses no bailan, no recitan, ni mucho menos tocan un instrumento. Habla de una visión totalmente diferente donde el acto creativo adquiere poder divino. No hay diferencia entre el pensamiento materializado de un dios y el proceso de visualización en la mente de una pieza musical, una imagen, una coreografía. En el proceso creativo comulgamos con lo divino.
Tal vez no suceda a menudo, pero puedo asegurar que reconocemos ese sentimiento de satisfacción plena al contemplar algo estéticamente perfecto: un atardecer a la orilla del mar, un buen libro, la energía de un concierto... En la filosofía de la India, ese placer estético tiene un nombre: rasa (रस) que significa "esencia", y el término está ligado a las artes y a la religión. En las artes es el carácter de la pieza musical, de la danza, aquel sentimiento que transmite; en la religión es el estado ideal al que aspira el devoto, dejarse inundar por rasa, percibir la belleza en toda la creación. Rasa es la forma en la que Dios se hace presente en este mundo. La divinidad es el goce estético. Si esta fuera nuestra definición de Dios, no habría dudas de su existencia, los artistas serían sus sacerdotes y nadie pondría en cuestionamiento la utilidad del Arte.
Fotografía del autor.
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