Mariana Abreu Olvera
La lectura y la escritura siempre me han significado un refugio. Son un espacio de creación, de afirmación, de claridad. En este año de pandemia y encierro, leer y escribir se han convertido en casi el único espacio de amparo. Acercarme a las palabras con las que otras mujeres y otros hombres han nombrado al mundo o creado universos imaginarios me ha abierto una red de conexiones que no imaginaba. Últimamente, he leído en particular, y con mucha más constancia que antes, textos escritos por mujeres. No cabe duda que hay una genealogía de escritura femenina, cuyo camino de reconstrucción es cada vez más certero. En estos meses, mis lecturas me han llevado recurrentemente a un tema del cual me había alejado mucho: el de la divinidad. Las mujeres tienen una noción de lo divino que pienso que puede salvarnos.
Durante varios años, dejé de lado lo divino, quizás por no haber encontrado una concepción de Dios que me hiciera sentido. Había leído algunos textos que me acercaban a la divinidad, pero el germen se sembró en mí de forma más consciente cuando, hace unos meses, leí El color púrpura de Alice Walker. Me sentí identificada con la transformación que vive su protagonista Celie, quien, en un principio, concebía a Dios como un señor blanco barbón, ese del que aprendemos siempre de alguna u otra forma. Shug, otra de las protagonistas, influye en Celie al decirle: “Lo que yo creo. Dios está dentro de ti y dentro de cada cual. Tú vienes al mundo con Dios. Pero sólo lo encuentra aquel que lo busca dentro de sí. Y a veces se manifiesta aunque tú no lo busques o no sepas lo que estás buscando.”¹ Y, más adelante: “Yo creo que Dios lo es todo. Todo lo que es, ha sido y será. Y cuando tú pienses así y estés satisfecha de pensar así, es que ya lo has encontrado.”² Para Shug, la manifestación de la existencia de Dios se dio cuando se vio “formando parte de un todo y no separada.” Estos conceptos se sembraron como una semilla en mi interior.
Unos meses después de leer a Alice Walker, me acerqué, gracias a la recomendación de dos maestras queridas, al libro La práctica del misticismo de Evelyn Underhill. En sus palabras encontré de nuevo la noción de que la divinidad se vincula con concebirnos como parte de un todo. Para Underhill: “El misticismo es el arte de la unión con la Realidad. El místico es la persona que ha alcanzado esa unión en mayor o menor grado, o que cree en ella y busca alcanzarla.”³ Para conocer una cosa, dice la autora, hay que unirnos a ella, asimilarla, interpretarla e interpretarnos a nosotros mismos. Y ese conocimiento se da, no tanto a través del pensamiento analítico, sino de simpatías intuitivas que nos acercan a las cosas también a través del tacto y del gusto. El misticismo es un conocimiento de Amor que nos permite aprender a vivir en, con y para la Realidad hasta que se llegue a un punto de tal claridad, que se responda a una fuerza espiritual, a una Luz Divina. Así, para Evelyn Underhill
la función del misticismo práctico es la de aumentar, y no disminuir, la total eficacia, la sabiduría y la estabilidad de aquellos que lo practican. Los ayudará a entrar, de modo más completo que nunca, en la vida del grupo al cual pertenecen. Les enseñará a ver el mundo en una proporción más auténtica, discerniendo la belleza eterna más allá y por debajo de la aparente crueldad. Los educará en una caridad libre de todo rastro de sentimentalismo; les otorgará una esperanza indestructible y les dará la certeza de que todavía, incluso en la hora de mayor desolación, “la frescura más tierna vive en lo más hondo de las cosas.”⁴
En estos tiempos de tanta desolación, esta afirmación me interpela más que nunca.
Las palabras de Evelyn Underhill se entrelazan con las de Terry Tempest Williams en Cuando las mujeres fueron pájaros, otro libro que me ha acercado a la divinidad. El libro es en sí mismo una expresión de la experiencia de una mujer que vive en carne propia la relación con el todo del que forma parte. El texto habla de lo que implica para una mujer tener una voz, del vínculo que tiene con su madre y con su territorio, anclajes fundamentales en la vida de toda mujer. La llegada de este libro en una edición mexicana —además bellísima— en medio de la pandemia, me pareció sumamente simbólico. Leerlo en medio de la decadencia mundial fue una experiencia catártica. El cierre del libro me llegó hasta las entrañas, cuando la autora se pregunta y se contesta a sí misma:
¿Cómo debemos vivir?
Quiero sentir tanto la belleza como el dolor de la era en la que vivimos. Quiero sobrevivir sin entumecerme. Quiero hablar y comprender las palabras de las heridas, sin que estas palabras se conviertan en el paisaje en el que habito. Quiero tener un toque suave que pueda elevar la oscuridad al mundo de las estrellas.
[…]
¿Cómo debemos vivir?
Hace mucho tiempo, cuando las mujeres fueron pájaros, existía el sencillo entendimiento de que cantar en la madrugada o cantar al atardecer era curar al mundo a través de la dicha. Los pájaros aún recuerdan lo que nosotras hemos olvidado, que el mundo está hecho para ser celebrado.⁵
La escritura de estas mujeres me ha dado la certeza de que, sin importar las circunstancias que asolen al mundo, podemos encontrar dicha y esperanza. Son estas las que pueden salvarnos. En este momento, me llena la noción de que, en el fondo de cada parte de la realidad a la que pertenecemos, podemos encontrar ternura, amor, felicidad. Es desde ahí desde donde habría que repararnos y unirnos con nuestro mundo, y desde donde seguir creando la vida. La divinidad, ahora siento en lo más profundo de mi interior, es el amor, el conocimiento, la unión, el encuentro, el vínculo con la realidad. Ahora sé lo que es y, como dice Shug en El color púrpura, “y es que, cuando eso te pasa, no puedes dejar de notarlo.”⁶
¹Alice Walker, El color púrpura, ePub libre, trad. Ana María de la Fuente, 1982, versión Kindle, pos 2036.
²Idem.
³Evelyn Underhill, La práctica del misticismo, trad. Verónica Fernández-Muro, Madrid, Trotta, p. 20.
⁴Ibid., p. 17.
⁵Terry Tempest Williams, Cuando las mujeres fueron pájaros. Cincuenta y cuatro bariaciones
⁶ Alice Walker, op. cit., pos 2048.
Fotografía de la autora
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