Ale Moreno Buendía
¿Recuerdas que bailábamos sobre las órbitas fosforescentes, hiladas de los pies a las constelaciones? Amabas los nidos de mariposas verdes y tú pasabas la noche contando en múltiplos de cuatro cada estrella que señalabas en los cielos abiertos ¿Lo recuerdas?
No es nada fácil recordar, no te entristezcas. Ayer ni antier ni el año pasado vino alguien a tu habitación y te susurró que estabas aquí. Al parecer muchas personas no recuerdan nada antes de su nombre. Y es que hay tantos lenguajes como estrellas: los hay amarillos, los hay tormenta, los hay agua, los hay pájaro, medusa, oso, los hay azules y morados montaña, etc., etc. Y absolutamente todos escapan a tu nombre. ¡Apuesto a que no lo sabías! Pero, no dudes tanto de mí. Sé que lo tuyo, lo tuyo… es dudar. De hecho, esa es una de tus mayores virtudes. Y aunque lo sea, por ahora, suspéndela y recuerda tus demás virtudes.
En cuanto miré tus ojos ayer, cuando estabas sentada en el pasto y mirabas con tanta paciencia el pequeño aleteo de una diminuta mosca, algo me dijo que tú podrías recordar. ¿Has mirado alguna vez tus ojos? Son diferentes, míralos en un espejo. Acércate lo que más puedas… ¿Lo ves? ¡Es el pozo del tiempo! Llevas los reflejos del aire y las cenizas de los volcanes. Siente el fuego arder en tus pupilas y las corrientes de agua correr de tu cabello tropezando en cada poro. Desde que eras una pequeña roca en el monte en el ecuador hasta el alga que fue arrancada por los colmillos de ese ser que jamás lo nombraron, esa eres. Si lo sueñas, no te sonará descabellado, y sueñas ahora, aunque tengas la mirada en pánico y no sepas cómo alejarme una vez por todas.
Mira las palmas de tus manos. Encuentra las constelaciones con las que te guiabas escuchando el canto de la ballena. Tus manos son espejos. Apunta tus manos hacia arriba, verás mi reflejo al anochecer, cuando todo calle. Era tan tibio el mundo y tus labios eran polvo y cal. Te emocionaba descifrarnos, en gota del río me escuchabas, en cada pisada escribías el tiempo en el mío, creábamos pócimas y ungüentos hechos de sal, hierbas y eucalipto. Nuestros sueños se tejían en la misma sinfonía, con el viento en la cara, los senos desnudos y nuestras bocas llenas de lenguajes. No tengas miedo si sientes que lo recuerdas y no tienes pruebas. Me basta con que esta noche escribas tus recuerdos sobre una hoja, con los ojos cerrados.
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