Emmaline M. Rosado González
“El verdadero conocimiento es conocer el alcance
de la propia ignorancia” (Confucio)
Si sabemos escuchar, las rocas nos pueden contar historias maravillosas; para eso es necesario aprender a oírlas. Las rocas son testigo de todo lo que ha sucedido en la Tierra desde su formación hace 4.6 mil millones de años. Han estado aquí desde siempre, han visto a la humanidad florecer, crecer, aprender, crear y destruir… Nos han visto celebrar y sufrir por lo absurdo y sin sentido.
Carl Sagan y su brillante Calendario Cósmico debían ser conocidos por toda la humanidad; tal vez eso nos daría un poco de humildad… Y para quien no sabe de lo que hablo, piensen así, si colocáramos toda la historia de la formación del universo: desde el Big Bang hasta estos días de pandemia en una escala temporal equivalente a un año, la humanidad solo habría llegado a este mundo en el último minuto del día 31 de diciembre… Nuestra existencia es ínfima y aun así somos tan engreídos para sentirnos dueños del universo.
En este contexto ínfimo y engreído es que la humanidad hoy enfrenta una interminable lista de problemáticas, donde la “crisis climática” es una de las más populares. En nuestra corta existencia estamos siendo testigos de un alarmante incremento de eventos climáticos extremos, estamos presenciando catástrofes en todo el mundo consecuencias de, por ejemplo, exceso y falta de lluvia. Mientras en una parte del mundo el combate a los incendios no da tregua, en otro lado las inundaciones dejan ciudades enteras bajo el agua. Lo que sin duda nos hace preguntarnos ¿cómo es esto posible? ¿Cómo podemos tener dos escenarios tan antagónicos entre sí, pero igualmente dramáticos?...
Aunque la respuesta, o las respuestas a esta pregunta son múltiples, diversas y todas ellas válidas en su perspectiva, una de ellas es tan simple como decir que no hemos aprendido a escuchar a las rocas. Nuestra falta de capacidad de oírlas y comprenderlas nos ha llevado a ser egocéntricos y ajenos en nuestro entendimiento y convivencia con la Tierra.
Las rocas ya vieron el clima cambiar tantas veces y de formas tan drásticas que lo que nosotros hemos presenciado es efímero, al igual que nuestra existencia, pero es por eso mismo que para nosotros estas alteraciones climáticas son tan relevantes e impactantes.
En este escenario, aunque la Tierra ya ha pasado por varias glaciaciones y calentamientos globales, la realidad es que la evidencia científica nos demuestra que los procesos naturales de cambio climático se están acelerando como consecuencia de diversas acciones humanas. Nuestra forma de ser y estar en la Tierra solo demuestra nuestra ignorancia sobre el sistema terrestre. Si supiéramos escuchar a las rocas, sabríamos cómo es que el clima se comporta y cambia de forma natural, cómo es que eso impacta en la evolución y transformación de los suelos, relieve y la biodiversidad, y cómo todo esto es un ciclo que regresa y afecta en consecuencia al propio clima, que, a su vez, vuelve a impactar en las rocas; y el ciclo se repite, todo en un equilibrio isostático.
Dentro de la gran panoplia de instituciones, ideas, iniciativas y acciones para analizar, comprender, estudiar y mitigar las consecuencias de las alteraciones climáticas en las últimas décadas, podemos destacar: El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, El protocolo de Kioto, La Convención de la Organización de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, El acuerdo de Copenhague y, más recientemente y vigente, El acuerdo de París. Este último, a grandes rasgos, establece la necesidad de reducir las emisiones de CO2 con el compromiso de todos los países, con el fin de que en este siglo el aumento de la temperatura media global no sea mayor a 1.5°C.
Junto con este acuerdo, en 2015 fue rectificada por 193 de los Estados Miembros de la Organización de las Naciones Unidas, la Agenda 2030 con sus 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible. Esta agenda, ambiciosa y amplia, está compuesta por 169 metas específicas y 232 indicadores de desarrollo para ser cumplidos hasta 2030. En uno de sus 17 Objetivos destaca y establece la Acción por el Clima, siempre en articulación con los objetivos del acuerdo de París y los otros 16 Objetivos para el Desarrollo Sostenible, los cuales abarcan: la pobreza; el hambre; la salud; la educación; la igualdad de género; agua y saneamiento; energías renovables; trabajo y crecimiento económico; industria, innovación e infraestructuras; desigualdades sociales; ciudades y comunidades sostenibles; producción y consumo responsable; vida en los océanos; vida de ecosistemas terrestres; paz, justicia e instituciones sólidas; y, alianzas para lograr todos estos objetivos.
¿Y todo esto qué tiene que ver con las rocas? Muy simple, ¿nunca de niños los regañaron y les dijeron: aprende a escuchar a los mayores? Esto porque tienen más experiencia de vida, comprenden mejor el mundo, han estado aquí hace más tiempo… Al igual que las rocas, solo con una pequeña diferencia de millones de años.
Los investigadores y científicos que se dedican a estudiar el clima eventualmente tienen que recurrir a las evidencias y vestigios del pasado para poder comprender los fenómenos presentes y realizar pronósticos futuros, estas evidencias están trazadas y marcadas en las rocas, fósiles, paleosuelos y formas del relieve. Al comprender el valor de estas evidencias, todo esto se vuelve un patrimonio, auténticos libros de información ancestral que nos pueden ayudar a reinventarnos y readaptarnos para mejorar nuestro entendimiento y convivencia con la Tierra.
Sin embargo, es necesario aprender a leer estos libros. Hoy en día, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) tiene un programa reciente, donde el gran objetivo es volver todo este patrimonio accesible a todo público, y enseñar a leer estos libros a todos aquellos que quiera aprender sobre la historia de la Tierra y actuar en conformidad para contribuir al equilibrio terrestre y combatir las diferentes problemáticas, incluida la del Clima.
Este programa es el Programa Internacional de Geociencias y Geoparques de la UNESCO, responsable de otorgar la designación de Geoparque Mundial de la UNESCO, actualmente 169 territorios en 44 países cuentan con esta distinción, trabajando en red para promover un desarrollo sostenible con base en la comprensión y entendimiento de la evolución y de toda la historia de la Tierra, desde su inicio hasta nuestros días, fomentando la conservación, por medio de la educación y la promoción del desarrollo local. Y así crear iniciativas que contribuyan a mitigar desde las desigualdades sociales hasta las problemáticas climáticas y ambientales.
Cada Geoparque Mundial de la UNESCO trabaja todos los días en traducir y ampliar la gran biblioteca del conocimiento sobre nuestra Madre Tierra, haciendo cada uno de sus libros accesible para todos los que tengan la mente y el corazón abierto, y estén dispuestos a escuchar, conversar y aprender de las rocas, para convertirse en agentes y protagonistas del cambio que todos necesitamos en el mundo.
Fotografía: Cordulagomphus fenestratus (Libélula fosil de 125 millones años) - Araripe Geoparque
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