María Gómez de León
Voy a estar reptando en la alfombra
en la búsqueda de la mariposa caída
de un arete. Tomando un vaso
de leche fría en el desayuno. Voy a estar
desnuda, ahí,
en la cama, secándome,
bajo el calor táctil, el ropaje invisible,
hecho de las redes que me avienta el sol.
Voy a estar tecleando palabras inertes
en un traqueteo de letras y de vértebras
conforme vengan a la blanca mente
en marea lunar o en llamarada,
en ráfagas de viento y de ceniza.
Voy a estar dormida, probablemente.
Es decir, es probable esto: que duerma
yo en el instante seco, ahí,
en la cuchilla momentánea.
Quizá sólo voy a estar dormida
porque duermo o he dormido
una tercera parte de mi vida.
Es lamentable. No poder estar
despierta. Pero se me pegan las sábanas
casi cada madrugada. Y porque duermo,
quizá voy a estar, yo sola, bocarriba
sobre la noche. Mientras riegan
mis antípodas las redes
en el mar como simiente.
Voy a estar tímida, renuente, aislada.
Voy a estar distante, ensimismada y sorda.
Es decir. De alguna forma.
No voy a estar.
En esa latitud exacta. En aguas
poco profundas. Donde todavía
tiene voz el sol, donde cabe
su tejido, a pesar del limo
y de la arcilla, a pesar del agua turbia,
toda, cuando se desplome,
a paso decidido, ella,
la última vaquita marina, dándole
una herida vertical al mar. Voy a estar
en otra parte. Dormida a media
palabra, con una sílaba enterrada
entre los labios, a la mitad de mí,
cuando el peso tibio de su carne
perturbe el suelo apenas, trace
una nube somnífera de arena
que al final pesa un poco y se extingue.
Fotografía de Mariana Costa Villegas.
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