Gabriela Muñoz
Cuando tenía dieciocho años, tomé un avión que cruzó el Atlántico. En ese momento, creí que ésa era la definición de libertad.
Cuando tienes dieciocho años, te crees el discurso de la futilidad de las piernas, de las alas para volar.
Pero la verdadera libertad no la sentí al decirle adiós a mi mamá y abrocharme el cinturón del asiento del medio, lista para un trayecto de diez horas.
La presentí una noche ocho meses después, caminando a la orilla de unas vías de tren, para no perderme. Pero no pude nombrarla.
Primera canción: Este hombre encantador
“¿Qué es lo más estúpido que has hecho en tu vida?” es una pregunta muy cargada ahora, que arrastra consigo una lista de malas decisiones hacia el presente. Cuando tenía diecinueve años, todavía se mantenía en blanco (tan buena niña). Así que fijé una que ni siquiera era estúpida, sólo arriesgada (a mis ojos).
Todo se resumía en un hombre encantador. El hombre encantador.
Y ensayé la respuesta: “Lo más estúpido que he hecho en mi vida fue comprar un boleto de concierto por eBay”.
Hablamos de 2009, en ese entonces creíamos que los usuarios en internet eran o asesinos o perros. Comprar algo en línea era, la mayoría de las veces, un riesgo.
Will nature make a (wo)man of me yet?
Canción tres: Nube negra
Estaba a miles de kilómetros de mi casa y aun así no había dejado de sentirme acompañada en todo momento. Mis papás anfitriones me recogieron en el aeropuerto de Hamburgo, mi hermana me alcanzó seis meses después y viajamos juntas por varias ciudades europeas, y siempre conseguía a alguien que me acompañara a los conciertos. No era el caso con Morrissey. Él sólo era encantador para mí.
No era que escuchara a los Smiths en loop, era que escuchaba a los Smiths en loop y me dotaban de una rica vida alterna. Escuchar a los Smiths era parte de mi personalidad, adorar a Moz era natural porque él era la clase de incomprendida que quería ser.
A esa edad estaba hambrienta de vida. Había dejado mi casa por primera vez y había sido muy lejos y por mucho tiempo. La mayor hambre que tenía era de conciertos porque la música en vivo había sido la mayor carencia en mi crianza mochitense.
Pero el miedo era más grande que el hambre. Así suele ser, creo. Y a las niñas nos habían dicho que si nos pasaba algo malo era porque andábamos solas, entre otras cosas. Así que era preferible dejar de hacer algo que considerar la opción de hacerlo sola.
Canción cuatro: Pregunta
Si hay algo que quieres intentar, sólo pregunta.
Canción siete: ¿Qué tan pronto es ahora?
Mi hermana decidió ir a Colonia conmigo, pero no al concierto “de ese viejito”, como lo llamaba. Conseguimos un ride en una página llamada Mitfahrgelegenheit (dejémosles a los alemanes hacer un negocio exitoso con un nombre kilométrico). Compramos dos asientos en un carro conducido por una mujer, sólo para mujeres. Diluviaba y nadie hablaba.
Nos inculcan timideces criminalmente vulgares.
Me fui al Palladium en el tren. Quisiera recordar cómo se sintió esa expectativa solitaria por primera vez, el zumbido de la masa que mira inequívocamente al mismo punto. El llenar los minutos previos sólo con pensamientos, mirando a todos lados.
Tenía 19 años y apenas descubría la libertad en la soledad.
Ésta es una especie de origin story.
Cada vez que alguien me pregunta o me reclama: “Así que haces todo sola, ¿no?”, “¿así que crees que no necesitas a nadie?”, pienso en cómo un concierto me cambió.
¿Qué tan pronto fue, entonces?
Canción nueve: El mundo está lleno de aburridos
La libertad es estar en un lugar donde nadie te conoce y llorar entre un montón de personas.
Sin saberlo, me regalé una eternidad de rememoraciones y piel de gallina. Llego a esta canción en el playlist, cierro los ojos y vuelven las luces, el estremecimiento con las palabras tómame en tus brazos y ámame.
Debía haber descargado una versión incompleta del You Are The Quarry, no conocía esta canción. Así que dejé por un momento de gritar las palabras. Lo absorbí todo. Dije sí, el mundo está lleno de aburridos y soy una de ellos. Luego me percaté de dónde estaba, recapacité junto con Moz, dije y no soy una de ellos.
Canción once: ¿Por qué no lo averiguas por ti mismo?
Canción trece: Algunas chicas son más grandes que otras chicas
Antes de que salieran los teloneros, encontré una distancia que me permitía ver el escenario completo, hasta que dos hombres de dos metros cada uno se pusieron delante de mí.
“Entschuldigung”, dije tímidamente con el alemán más cortés que pude, ¿podría pararme frente a ustedes?
Los gigantes se abrieron frente a mí como un par de puertas eléctricas que se volvieron a cerrar a mis espaldas. Llegué a intuir que se acababa de abrir el mundo.
Canción dieciséis: Sangre irlandesa, corazón inglés
He estado soñando con un tiempo
En el que ser mujer es no estar asustada
(si es que las otras mujeres son mi patria)
Canción diecisiete: Déjame besarte
Cuando sacas el booklet de Rank, el disco en vivo de The Smiths, puedes ver la foto de un concierto. Pero el objeto de la imagen no es el escenario, sino el público. En ella, varios asistentes estiran una camisa que Morrissey ha lanzado hacia ellos. Conseguir un pedazo de la prenda es coronar la adoración. Me encantaba esa foto. Me encanta.
En “Let Me Kiss You”, dice: cierra los ojos e imagínate a alguien que admiras físicamente y déjame besarte. Pero luego abres los ojos y te encuentras con alguien que te repugna físicamente.
Es ese el momento en el que el ídolo se abrió la camisa, una especie de auto-desprecio que se intuye jocoso, porque todos sus adoradores gritamos con deleite.
La camisa cae en el público, se genera una especie de piña, jaloneos. Es la reproducción de Rank, pienso, más de veinte años después. Pero estoy muy lejos. Me quedo donde estoy.
Última canción: Estoy bien yo sola / Estoy bien conmigo misma / I’m OK by myself
Morrissey me cambió la vida. Nos encanta decir eso, ______ me cambió la vida. Pero muchas veces es difícil apuntarlo de manera puntual. Se queda en el aire, en lo abstracto. Es una frase que podría haber dicho vacíamente en la preparatoria.
Morrissey me cambió la vida de manera muy concreta. Con él fue la primera vez que deseé algo tan encarecida, tan endemoniadamente, que decidí hacerlo por mi cuenta. Y ya no paré. Puede sonar ridículo, pero sólo necesité pasar una noche conmigo misma para darme cuenta de que no necesitaba estar siempre acompañada. Que podía ir a conciertos, sí, pero también reclamar un lugar en el mundo.
Encore: El primero de la pandilla en morir
Morrissey salió para una última canción. Mientras cantaba se robó nuestros corazones, se abrió la segunda camisa de la noche, que tuvo el mismo destino que la primera, sólo que ésta cayó a un par de filas frente a mí (los gigantes ya no estaban, el concierto había sido un remolino). Avancé decidida hacia la aglomeración mientras sonaban las últimas notas, metí el brazo al azar y tomé un pedazo de tela al mismo momento en que se prendían las luces. Me zangolotearon, pero seguí aferrándome a lo que adiviné una manga. Después la resistencia pareció ceder un poco, y sólo éramos dos personas peleando por una manga mientras los demás desgarraban el resto. Nos miramos y con un movimiento de cabeza decidimos partirla en dos.
*
No soy ingenua, sé que tuve mucha suerte de experimentar la soledad por primera vez en otro país, que en México desafiamos a la estadística cada vez que volvemos seguras a casa, pero hoy celebro la libertad que conocí, aunque pequeña, en una noche que recuerdo muy bien.
Esa noche, de regreso al hostal, caminé hacia la dirección equivocada para llegar a la parada del tren. Entonces seguí las vías para no perderme. Iba con el puño bien apretado, con un pedazo de camisa bien apretado entre los dedos. No porque tuviera miedo, sino porque no quería soltarlo.
Fotografía de Baptiste MG en Unsplash
Comments